lunes, 19 de enero de 2015

Nieve

Aunque parezca mentira, según algunas fuentes hoy es el día internacional de la nieve. Coincidiendo con este día, es probable que en muchos sitios o lugares recónditos haya nevado con intensidad o se hayan dejado ver al menos unos pequeños copos de nieve. Yo me pregunto, ¿qué tendrá la nieve que causa tanto revuelo y tanta expectación?

Por lo general, a todos los niños les ilusiona la nieve. Probablemente por ser algo que escasea, que no ocurre todos los días y que en muy pocas ocasiones se produce, se valora de forma especial y se espera con ansia y con deseo. Ese deseo de la infancia, esa ilusión sigue dentro de nosotros. Aunque los años pasen y dejemos de ser niños, hay una parte de esos niños que no se va y que se mantiene viva en nuestro interior. Por eso nos sigue haciendo tanta ilusión cuando nieva, algo dentro de nosotros nos evoca esos recuerdos, esas emociones y no podemos evitarlo, no podemos quedarnos quietos como si nada, lo vivimos (de una u otra manera) como algo especial. Porque verdaderamente sabemos que lo es.

Ver caer la nieve emboba, enamora. Los copos no son como las gotas de lluvia, aunque se parezcan porque ambos se precipitan desde las nubes. Ellos se ven más porque tienen color, textura y es por eso que, al poder verlos, parece que caen más despacio o que abarcan un mayor espacio. Disfrutamos al ver la nieve caer desde la ventana. Pasa el tiempo y, al mirar, tu alrededor se ha transformado, se ha vuelto una estampa de película, como si de una postal navideña se tratara. Si en lugar de conformarte con la ventana, vas más allá y lo vives en primera persona, cayendo la nieve sobre ti, la sensación cambia. Te sientes pequeñita ante la inmensidad y, a la vez, te sientes parte del paisaje. Como si estuvieras dentro de una de esas bolas de cristal que se agitan para que caiga la nieve. Es una sensación mágica, como si fuera un cuento o un sueño... un sueño real.

Si se da la llamada transformación y la nieve cuaja, tenemos delante nuestro un manto blanco que dan ganas de tocar, de dibujar sobre él, de coger la nieve con las manos o de pisarla para sentirla de verdad... Y cuando eso ocurre ya no hay vuelta atrás, las huellas quedan marcadas y, para bien o para mal, ya no volverá a estar como al principio. Claro que si no se hace nada, con el paso del tiempo va a desaparecer igualmente, así que seguro que merece la pena intentarlo, dar rienda suelta a nuestra creatividad, dejar un trocito nuestro en ella e incluso aprovechar la oportunidad de descubrir algo nuevo, algo que puede ocultarse bajo ese manto de nieve. Por eso, hay que vivirlo en el sentido más amplio de la palabra, hay que dejarse llevar, no pensar, solo disfrutar porque no sabemos cuándo volverá.


Todos llevamos un niño en nuestro interior, unas veces se manifiesta más que otras, pero sabemos que está ahí y que es importante conservarlo. 

Que no se pierda la ilusión por las pequeñas cosas, que no se pierda la ilusión por la vida.