jueves, 31 de diciembre de 2015

¡Gracias, 2015!

Otro año más llega a su fin y, como viene siendo costumbre, aprovechamos para hacer un balance a nivel personal de lo que ha supuesto este año para nosotros. Cerrar los ojos y repasar mentalmente momentos que nos hayan marcado, personas que hemos conocido, reencuentros emocionantes e inesperados, lecciones de vida que nos han acompañado durante el camino... ¿Con qué nos quedamos de todo lo vivido?, ¿qué es lo que más valor le damos a día de hoy?, ¿qué nos hace sentir afortunados u orgullosos en el buen sentido? No sé si será por la edad, pero hace ya unos añitos que siento que los días, meses y años pasan volando, tengo la sensación de que el tiempo se me escapa de las manos. Aunque parezca que ha sido un año más, en realidad no ha sido un año cualquiera, ha sido un año clave, de los que marcan, de los que permanecen para el recuerdo por la sucesión de hechos importantes.

He aprendido que el cariño más sincero e incondicional es el de los niños. Ellos lo demuestran regalándote cada día sus palabras, gestos, miradas, sonrisas cómplices, abrazos, dibujos, pulseras... y lo hacen de corazón porque les sale así. Te hacen sentir especial y única porque te das cuenta de que en verdad te quieren y te necesitan. Eres importante para ellos tanto como ellos lo son para ti. Quien trabaja con niños lo sabe. Aprendes que son esponjas, que se quedan con tus frases, tus gestos, tus caras y todo lo vuelven suyo. Pasan los años y sigo convencida de que no quiero dejar de vivir y sentir esto tan mágico. Les estoy muy agradecida, por eso poder disfrutar de ellos es mi mejor regalo.


También he aprendido que existe un momento en el que los números dejan de ser números y se convierten en símbolos, verdaderos amuletos, como lo ha sido en mi caso el número ocho. Él simbolizó de alguna manera (sí, esa que nosotros sabemos) un reencuentro inesperado a la par que deseado con una personita muy especial a la que quiero con locura y que marcó un antes y un después en mi vida. Como he dicho antes, pasan tantos niños cada año por mi vida que, cuando se van, te preguntas: ¿qué será de ellos?, ¿,me recordarán tanto como yo a ellos? Y un día tienes la oportunidad de volver a ver a aquel niño que se fue, pero que tanto marcó tu pasado y es entonces cuando te sientes la persona más feliz y afortunada del planeta por tener el privilegio de poder descubrir qué ha sido de él y cómo es su vida ahora. Obviamente los años pasan para todos y, aunque no siga siendo ese mismo niño, parte de él sigue presente por ser su esencia y otra parte más madura me hace darme cuenta de que él tampoco me ha olvidado y, lo que es más importante, que la confianza sigue intacta. Te vuelvo a dar las gracias por aparecer de nuevo.

He aprendido que nada es imposible, que a la octava también va la vencida y que, aunque pienses que no tiene sentido y te invadan las ganas de dejarlo, de tirar la toalla... puedes hacerlo, puedes volver con más fuerza y demostrar que tarde o temprano todo llega. Porque cuando luchas tanto por algo, lo acabas logrando, aunque solo sea porque te lo mereces. ¿Quién me iba a decir a mí que me encantaría conducir, cuando hace años tenía muy claro que eso no era para mí, por el gran temor que me producía solamente pensarlo? Los miedos se superan enfrentándose a ellos.


He aprendido que todo en la vida pasa por algo y que, a veces, las despedidas son necesarias. Es un momento triste porque se va alguien importante para ti, a quien has admirado durante mucho tiempo y lo sigues haciendo, pero sabes que nunca dejará de ser quien tanto te enseñó y quien tantos momentos emocionantes te brindó. Pero, por otro lado, sabes que es lo mejor para él y lo dejas ir porque solo así podrá ser feliz y su felicidad es lo primero. También he aprendido a creer en la suerte, en que algunos sueños se cumplen como ver a tus ídolos en persona, tenerlos a unos pocos metros, regalándote una sonrisa... la misma que refleja tu cara. He aprendido a darle más valor a este tipo de detalles que a cualquier otro bien material, a preocuparme más por vivir el momento que plasmarlo en una foto, a dar cariño al que lo demanda y aceptar el que necesita darlo.


El tiempo, irremediablemente, pasa. No dejes que los grandes momentos se te escapen.
Recuerda: "Lo mejor, está por llegar".

viernes, 4 de diciembre de 2015

Cuándo perder te hace ganar

En numerosas ocasiones no somos conscientes de que nos perdemos muchas cosas por el miedo a perder, a fracasar, pero... ¿cuándo perder nos hace ganar?

Cuando perdemos el miedo al error. Aprendemos a arriesgarnos, a equivocarnos, a superar esos baches que se nos presentan y logramos sacar una moraleja de ellos. Aprendemos a conocernos más a nosotros mismos, a valorar nuestras posibilidades y descubrir cuáles son nuestros límites. Muchas veces nos sorprenderemos de lo que somos capaces de hacer y la satisfacción personal al cumplir nuestra meta o al ver que hemos sido capaces de intentarlo, será mayor según el reto superado. "Si nunca te arriesgas a cruzar el río, nunca sabrás lo que te espera a la otra orilla."

Cuando perdemos el sentido del ridículo y aprendemos a reírnos de uno mismo, a ser un poquito payasos cuando toca. A los que somos tímidos al principio cuesta, pero si te lo propones, poco a poco, lo consigues y aprendes a estar mejor y más a gusto contigo mismo. Con ello disfrutarás más de lo que vives, ya que no te pararás a pensar en qué estarán pensando los demás sobre ti ni tampoco en analizar fríamente lo que estás haciendo a cada momento. Esto te dará la oportunidad de ganar en espontaneidad y asimilar que la vida es mucho más sencilla de lo que parece.

Cuando pierdes el tiempo, aprendes a valorarlo. Esto suele ocurrir cuando dedicamos nuestro tiempo a algo como estudiar para un examen importante o iniciar un proyecto o a conocer a alguien y nos quedamos con la sensación de que todos nuestros esfuerzos han sido en vano, al no obtener los resultados esperados. En cambio, estas caídas nos hacen saber ver también las oportunidades en las que no perdemos el tiempo, sino que lo invertimos y, para ello, es necesario apoyarnos en nuestra forma de apreciar estos matices, solo depende de nosotros.

Cuando pierdes a un ser querido, aprendes a valorar más la vida y darle un sentido con tus actos. Una vez superada la etapa de duelo, cambias la mentalidad y comienzas a pensar de otro modo. Según la manera en la que has perdido a esa persona, ya que puede haber sido algo más trágico en función de las causas de la pérdida, empiezas a querer aprovechar cada segundo de tu vida, por ella y por ti mismo.


"Perder es bueno porque te hace entender mejor el valor de ganar"

A veces es necesario perder para poder ganar. Pero no debemos encerrarnos en la tristeza y el dolor, sino que hay que aprender a fijarse en lo positivo y darse la oportunidad de cambiar y valorar lo que tenemos. Con esta reflexión te invito a pensar que siempre hay salida, aún en las situaciones que parece que no la tienen. Seguro que hay muchas más situaciones en las que perder te ha hecho ganar, párate un momento y piénsalo, después aliméntate de todas esas formas de superación personal que has ido acumulando a lo largo de tu vida, te sorprenderás de descubrir lo valiente y fuerte que eres.